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Formando hijos con los más altos valores
Inicio esta reflexión con un preliminar poético: cuando los padres nos sumergimos en un mundo construido para “ayudar a volar” podemos percatarnos de nuestro crecimiento personal, de los objetivos de vida y de la manera de concebir que el trabajo de formación que llevamos a cabo en la vida familiar deben tener un valor o eje que atraviesa la vida de nuestros hijos, sino, nada tendría sentido.
El desarrollo de su vida espiritual, moral y de sus conocimientos es lo que da sentido a este “trabajo nuestro” en la formación, buscando estrategias para acompañarlos en su crecimiento y considerando que hay aspectos claves en los cuales necesitamos estar preparados para estar con ellos.
Citando el libro Juan Salvador Gaviota de Richard Bach, muchas de las “gaviotas” no se molestan en aprender, sino solo en copiar un plan de vuelo. Los hijos, a quienes deseamos formar, tendrán que aprender. Y para esto mirarán un modelo que, más cercano que el de sus padres, debe ser el de Cristo. Ellos reflexionarán y construirán a la par de sus conocimientos una estrecha relación con su Padre, y esto los remontará a la trascendencia y verdadera felicidad.
De nuestra parte, necesitamos crecer como padres, tener una conciencia de finitud, saber que para formar necesitamos orar. Hoy más que nunca el mundo necesita padres con una vivencia de santidad, cuyo ejemplo diario de conversión inspire en sus hijos el deseo de vivir los más altos valores, con la ayuda de un Padre que nos ama y camina en toda circunstancia a nuestro lado. Este aprendizaje les dará a ellos y a nosotros la confianza no solo de “volar”, sino de construir la “ruta del vuelo”.
“Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo. Chapoteaba un pesquero a un kilómetro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz llamando a la Bandada de la Comida y una multitud de mil gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de pitanza. Comenzaba otro día de ajetreo”.
Así inicia la obra de Richard Bach, Juan Salvador Gaviota, y más adelante explica:
"La mayoría de las gaviotas no se molestan en aprender sino las normas de vuelo más elementales: cómo ir y volar entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer".
¿No nos comportamos a veces, padres e hijos, como las gaviotas? ¿No nos quejamos los padres de las dificultades del día a día? ¿No dejamos de confiar y no nos sumergimos en un mundo de tibieza y miedo? ¿No nos cansa la formación a los hijos y dejamos de mantener las reglas y disciplina en casa por comodidad? Tal pareciera que, a veces, los padres nos contentamos con dar y recibir "pizcas de pitanza", pizcas de entrega que satisfacen nuestras necesidades y las necesidades básicas de nuestros hijos.
De vez en cuando, vemos padres que logran una orientación diferente con sus hijos. En la novela de Bach, Juan Salvador Gaviota apuntaba: "No me importa ser solo hueso y plumas... Solo quiero saber qué puedo hacer en el aire y qué no. Nada más. Solo deseo saberlo". Y después de muchos ensayos en el aire, y descubrimientos sobre nuevas formas de volar, concluiría:
“¡Cuánto mayor sentido tiene ahora la vida! En lugar de nuestro lento y pesado ir y venir a los pesqueros, ¡hay una razón para vivir! Podemos alzarnos sobre nuestra ignorancia, podemos descubrirnos como criaturas de perfección, inteligencia y habilidad. ¡Podemos ser libres! ¡Podemos aprender a volar!"
Llevando esto a la paternidad/ maternidad… ¿Sabemos qué somos capaces de hacer? ¿Hemos tenido la curiosidad de descubrir nuevas formas de volar y ayudar a emprender el vuelo a nuestros hijos? ¿Hemos encontrado sentido a nuestra vida conyugal? ¿Hemos descubierto nuestra misión como padres? Tal vez la gran mayoría de los lectores somos padres y madres, somos educadores en ejercicio, y las preguntas que aquí se plantean quizás sean relevantes para modificar la “ruta de vuelo”… No es fácil contagiar de fe y pasión a nuestros hijos si, antes, no sentimos ese amor que nos quema dentro y esa convicción de amar y evangelizar con nuestra vida.
Juan Salvador Gaviota era una gaviota en un millón. Había aprendido a volar sin límite de velocidad y fue entonces cuando estuvo preparado para realizar lo más difícil de todo: comprender el significado del amor a través de la enseñanza. Él se preguntaba si habría una gaviota allá, en la playa, que estuviese esforzándose por romper sus limitaciones. Había nacido para ser instructor (como muchos de nosotros, padres y madres en ejercicio) y su manera de demostrar el amor era compartir algo de la verdad que había visto.
Hay más en la vida que comer, luchar, o tener poder en la bandada… Los retos a los que nos enfrentamos los padres van más allá de trabajar un horario laboral (que no es fácil) y va más allá de darles a los hijos todo aquello que físicamente necesitan. Tenemos el reto de ayudarles a construir una vocación, a que encuentren un sentido en su vida, a descubrirse como "criaturas perfectibles", a lograr que cada uno de ellos sea en verdad una idea de "la gran gaviota”, una idea ilimitada de expresión del más puro amor, diría Juan Salvador por las tardes, en la playa: “El vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza”.
Emprendamos el vuelo rechazando como padres todo lo que no es virtuoso, sabemos que ellos (hijos) como grandes observadores están mirando y escuchando cómo busco el sentido verdadero de mi existencia para ellos buscar el suyo.
Autor:Amapola Matute P. - Psicóloga Cognitiva