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Diálogo familiar, fortaleza entre padres e hijos.

Respecto al rol de padres y maestros: “Les enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Les enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Les enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo… en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado”. Santa Teresa de Calcuta.

Cuando se hace alusión al diálogo, en nuestra mente afloran diversas ideas relacionadas a tal acción, empero, sería un noble ejercicio de introspección el cuestionarnos respecto a si dicha definición resulta clara y orientadora, paralelo a ello, reflexionar respecto a la intensidad con la cual se ha interiorizado y apropiado dicha comprensión en aras de mejorar el entorno familiar y social. Como se puede inferir, el diálogo comporta algo más que hablar por hablar.  

En la Encíclica Ut unum sint (latín: Que sean uno) el Santo Juan Pablo II expresa que “el diálogo es paso obligado del camino a recorrer hacia la autorrealización del hombre, tanto del individuo como también de cada comunidad humana” es así que, al dialogar disponemos nuestro ser al encuentro con el otro, lo que en palabras del Papa Francisco conlleva a “hacernos más ricos porque nos hace reconocer la verdad del otro, la importancia de su experiencia y lo que existe detrás de lo que dice, incluso cuando se esconde detrás de actitudes y elecciones que no compartimos”.

Tal como se expone poéticamente en el epígrafe citado al inicio de este documento, es preciso poner atención al desarrollo mutuo y armónico de las personas, y para el caso que nos convoca, atender al fortalecimiento de la personalidad de quienes integran el ámbito familiar, para el efecto, el diálogo es en sí mismo una herramienta potenciadora para la comprensión mutua, ciertamente, comporta incrementar la disposición para “escuchar y observar” pacientemente aunque “no fluya palabra alguna o llamada de atención”; con ello se pretende expresar que es posible dialogar también a través de los gestos, de una mirada, de una expresión (¡gracias!, perdón, ¿puedo?)… lo importante de dicha labor es mostrar respeto por el otro y dignificarlo. En la familia, es arriesgado atrevernos a asumir que se dialoga por el hecho de convivir.  Propongo las preguntas siguientes para ampliar esta reflexión:

  • ¿En qué medida “soy capaz” de escuchar aquello que mi hijo o hija, padre o madre, esposa o esposo me quieren transmitir? ¿Integro o excluyo? ¿Reduzco o potencio?
  • ¿Pregunto a mis hijos respecto a su accionar en la escuela, colegio o universidad, o al menos, estoy atento y disponible para acoger sus cuestionamientos, frustraciones, emociones, alegrías… que le han devenido en el día? Similar cuestionamiento se puede hacer respecto a la esposa o esposo.

Dialogar va más allá que depender de una organización del tiempo, es una cuestión de disposición, respeto (reconocimiento) y preocupación por el prójimo, más aún, si en nuestro respectivo entorno familiar somos llamados a pregonar con el ejemplo desde la humildad que caracteriza al amor pleno.     

Autor:Manuel Yunga Saraguro Sección Filosofía y Teología