Vitamina 10 "Amoris Laetitia" - El amor materno y paterno es una chispa del amor de Dios

Autor: Miury Marieliza Placencia Tapia - Directora de la carrera de Religión UTPL el Mié, 06/04/2022 - 11:18

Capítulo cinco: Exhortación Apostólica

En el capítulo quinto de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, apartados 172-177 “Amor que se vuelve fecundo”, el Papa Francisco nos habla acerca del amor del padre y la madre, haciendo un recorrido profundo acerca de lo que representa el nacimiento de un hijo, la vinculación familiar, el sentido de orfandad que viven muchos niños y jóvenes actualmente, la humanización que trae al mundo la presencia de una madre, y la importancia de la presencia paterna para un adecuado proceso de maduración de los hijos.

Comentaré de forma breve un par de ellos, que me han parecido de mucha riqueza:

168. (…) Cada niño está en el corazón de Dios desde siempre y en el momento en que es concebido se cumple el sueño eterno del Creador.

172. […] Ambos, varón y mujer, padre y madre, son «cooperadores del amor de Dios Creador, y en cierta manera sus intérpretes». Muestran a sus hijos el rostro materno y el rostro paterno del Señor.

Desde la hondura de esta primera frase, el Papa Francisco nos habla sobre la concepción de cada ser humano, en como se proyecta el amor materno y paterno, como una chispa del amor de Dios, quien sostiene a la madre y al padre en el caminar, en el descubrimiento y acompañamiento de cada etapa del hijo desde su infancia.

Cada niño comienza a recibir como don, junto con el alimento y los cuidados, la confirmación de las cualidades espirituales del amor, cualidades trasmitidas desde el amor de padre y madre, y cristalizadas en cada acto cotidiano, soñando con un nombre y un rostro para su hijo, el rostro del amor.

Los padres al abrirse al don de la vida inician una historia de amor infinita para su hijo, lo aceptan de antemano sin saber cómo será, cuáles serán sus características físicas, su forma de ser, y se enfrentan de inmediato a las manifestaciones propias de cada edad, una vez que nace: el balbuceo y enseñanza de sus primeras palabras; en la infancia: los dolores de sus primeras caídas al caminar; más adelante, el descubrimiento de la adolescencia, juventud y adultez, un camino como custodios de los hijos. Unas veces a paso lento, otras más ágil, en el silencio de la complicidad y tutela de la vida puesta en resguardo, una vida que florece en comunidad con otros hermanos y así descubrir la belleza del vínculo que apunta a aceptar, respetar y valorar la diversidad del otro, afirmando una vez más que la persona crece más cuanto más ahonda en los vínculos, no cuanto más se libera de ellos.

La vida del padre se prolonga en el hijo y viene heredada con la fuerza y seguridad del amor de Dios. Por eso se la puede mirar ahora de modo nuevo, pues se está dispuesto a asumirla, a donar la vida si fuera necesario para salvar al hijo, conscientes de que jamás quedará huérfano debido a que tiene un Padre Celestial que lo acompañará y trasciende de este modo el amor humano paternal.

Claramente lo expresa el Papa Francisco: “cuando el amor a los padres y a los hijos está animado y purificado por el amor del Señor, entonces se hace plenamente más fecundo y produce frutos de bien en la propia familia y mucho más allá de ella”.

Reflexionemos:

  • ¿Reconozco la presencia materna y paterna, como un elemento primordial para  un adecuado proceso de  maduración de los hijos?
  • ¿Demuestro a mis hijos, lo importantes que son en mi vida?
  • ¿Soy capaz de pedir perdón a mis hijos/as cuando he cometido un error?