El respeto a la mujer desde el reconocimiento de su dignidad

Autor: Mgtr. Rafael Sánchez P / Coordinador ILFAM – Docente Investigador-UTPL el Lun, 04/04/2022 - 13:24

“Te doy gracias, mujer, por el hecho mismo de ser mujer. Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas”.

Carta a las mujeres del Papa Juan Pablo II, 1995.

El Papa Juan Pablo II, en su Carta a las Mujeres del año 1995, invita a reflexionar sobre sus problemas y las perspectivas de la condición femenina en el tiempo actual, poniendo énfasis en su dignidad y en sus derechos. Por eso es que consideramos que la violencia contra la mujer, en particular, será siempre un tema actual.

Y, aunque nos refiramos en concreto a la mujer, no debemos olvidar la complementariedad que tiene con el hombre, pues se brindan “ayuda” mutuamente. Esta ayuda no se relaciona solamente con el ámbito del obrar sino también con el del ser. Es que “femineidad y masculinidad son entre sí complementarias; no solo desde el punto de vista físico y psíquico, sino también ontológico. Solo gracias a la dualidad de lo masculino y de lo femenino, lo humano se realiza plenamente”.

Según las Naciones Unidas, la violencia contra la mujer es “todo acto de violencia que resulte, o pueda tener como resultado, un daño físico, sexual o psicológico para ella, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada”.

Se trata de un problema de salud pública y de una violación de los derechos humanos que llega a tener dimensiones epidémicas con repercusiones a nivel económico y social. Esta violencia, sobre todo la infligida por la pareja, contribuye en gran medida a la mala salud de las mujeres.

A escala mundial, las mujeres tienen mayores probabilidades que los hombres de ser violentadas y de sufrir lesiones generadas por personas cercanas, como esposos y compañeros, cuyas consecuencias pueden ser duraderas y de gran alcance, tales como lesiones, enfermedad e incluso la muerte.

Y, a semejanza de una serpiente que se devora a sí misma, la violencia contra las mujeres también tiene consecuencias generacionales, pues sus hijos la viven y la padecen, lo que aumenta las probabilidades de que ellos mismos en el futuro se conviertan en agresores o en víctimas.

En Ecuador, la Encuesta Nacional sobre Relaciones Familiares y Violencia de Género contra las Mujeres (Envigmu), realizada en 2019 y aplicada a mujeres mayores de 15 años, mide cuatro tipos de violencia: psicológica, física, sexual y económica. Según los resultados de la prevalencia, 65 de cada 100 mujeres han experimentado por lo menos un hecho de algún tipo de violencia a lo largo de su vida, esto es: psicológica, seis de cada 10; física, cuatro de cada 10; sexual, tres de cada 10; y patrimonial, dos de cada 10.

Estas cifras, frías y duras, desafían la percepción de que el hogar es un lugar seguro para la mujer, comprobando más bien que corren mayores riesgos de sufrir violencia en sus relaciones íntimas que en otros lugares. Además, permiten concluir que nuestro país, aún en pleno siglo XXI, es un sitio peligroso para la convivencia armoniosa entre hombres y mujeres.

Hagamos nuestras las palabras del Papa Juan Pablo II en su ya mencionada Carta a las Mujeres: ”el secreto para recorrer libremente el camino del pleno respeto de la identidad femenina no está solamente en la denuncia, aunque necesaria, de las discriminaciones y de las injusticias; sino también, y sobre todo, en un eficaz e ilustrado proyecto de promoción que contemple todos los ámbitos de la vida femenina a partir de una renovada y universal toma de conciencia de la dignidad de la mujer”.

¡Trabajemos juntos por ese proyecto de dignificación de la mujer, empezando por la eliminación de la violencia contra ella!.