El rol de los abuelos y su herencia intergeneracional
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Autor: Martha Prado - Docente UTPL el Lun, 04/04/2022 - 12:04
“Llueve tanto, que si lo intentas, podrías llegar nadando al cielo”.
Vicente Prado
Algunas personas tienen la suerte de guardar una anécdota especial, un consejo que no se olvida jamás, una comida especial del abuelo o de la abuela. Está aún presente la imagen de mi abuelo aquella tarde que me llevaba a casa de la mano al regreso de la escuela. Ahora estoy segura que se encuentra ahí mismo, en el cielo.
¿Podemos privarnos de la compañía y sabiduría de los abuelos? Parece que no es justo para la familia ni para la sociedad porque, como dice el Papa Francisco, ellos tienen una gracia especial. Los ancianos han llegado a ese momento de especial sabiduría y paciencia que son capaces de escuchar sin prisa lo que sus nietos, hijos, amigos tengan para compartir.
Son capaces también de descubrir los aspectos trascendentales de la vida, la entrega a Dios. Se nos habla de una verdadera vocación, a ejemplo de Simeón y Ana, quienes fieles al templo y movidos por el Espíritu encontraron a Jesús, el Mesías que tanto habían esperado, el día que sus padres lo llevaron para ser consagrado.
Los abuelos tienen una importante misión: dar su ejemplo de oración y alabanza a Dios. “¡Es un gran don para la Iglesia la oración de los abuelos y de los ancianos!”, dice el Papa Francisco. Ellos deben ser la inspiración de niños y jóvenes para descubrir el sentido de la vida.
Si acaso ha faltado aquella figura desde una línea consanguínea, para todos es posible encontrar a esa persona que está dispuesta a acompañarnos a lo largo del camino. Los ancianos nos dan seguridad: sus consejos y comprensión son importantes. Ellos nos enseñan a rezar, nos llenan con su ejemplo, con sus vivencias, con su ternura.
Gracias a ellos podemos ser buenos padres y formar familias unidas donde los hijos pueden alcanzar la madurez de la existencia. En los abuelos se consolidan estos valores desde el pasado y de ellos depende, en alguna medida, el éxito y alegría del futuro de las nuevas generaciones.
Los abuelos son la raíz del árbol. Por eso deben ser fuertes y nosotros debemos ayudarles a que permanezcan así, alimentando esa fortaleza con nuestro amor, atención y cuidado. En muchas culturas se honra al abuelo por su sabiduría y se lo cuida, se lo mantiene cercano. Sin embargo, observamos con cierta frecuencia a nuestro alrededor formas de vida donde prevalecen el egoísmo, el confort y el placer y se favorece el “descarte”.
El libro del Eclesiástico dice: “No te apartes de la conversación de los ancianos porque ellos mismos aprendieron de sus padres: de ellos aprenderás a ser inteligente y a dar una respuesta en el momento justo”. No podemos recluir a nuestros mayores en casas asistenciales para visitarlos si nos queda tiempo. Estamos privando a las futuras generaciones a que se alimenten de su legado.
Donde se honra al anciano hay futuro para los jóvenes, explica el Santo Padre y su predecesor Benedicto XVI cuando dijo: “La calidad de una sociedad, quisiera decir de una civilización, se juzga también por cómo se trata a los ancianos y por el lugar que se les reserva en la vida en común”.
Los abuelos son el cimiento de la familia, que es una comunidad de vida y amor, la “Iglesia doméstica”, desde donde deben “hacer resplandecer las virtudes evangélicas y volverse fermento de bien en la sociedad”. Las palabras de los mayores son una “inyección” de sabiduría para la sociedad -muchas veces- “distraída de lo esencial”. Se podría aprovechar de matrimonios de 50 o 60 años para que aconsejen a los jóvenes, que ahora se cansan con mayor facilidad, a tratar de mantener unido el matrimonio y superar juntos las adversidades. Los mayores infunden ánimo con su testimonio y su palabra.
En los abuelos encontramos nuestra identidad pues ellos consolidan nuestra pertenencia. Su apoyo nos fortalece en la fe y en todos los sentidos de la existencia. Por ellos podemos visualizar quienes somos y a dónde vamos porque esta es su misión: sostenernos con su oración de súplica y alabanza. Es por eso que honrarles con nuestro respeto, cariño y cuidados es hoy responsabilidad que en un futuro nos retribuirá la generación que nos sigue.