Del noviazgo al matrimonio

noviazgo

Autor: Mgtr. Miury Placencia Tapia - ILFAM el Lun, 04/04/2022 - 11:57

“Hablen de lo que cada uno espera de un matrimonio,

de su modo de entender lo que es el amor y el compromiso,

de lo que se desea del otro,

del tipo de vida en común que se quisiera proyectar”.

Encíclica Amoris Laetitia

La palabra noviazgo deriva del latín novius y este de novus («nuevo»), y varias acepciones de esta palabra existen, pero según Straus (2004) se trata de una relación diádica (pareja de dos seres estrechamente vinculados entre sí) que involucra una interacción social y actividades conjuntas con la implícita o explícita intención de conocerse, para confirmar que la otra persona coincide en lo que es fundamental, de manera que no será extraño que a lo largo de esta etapa uno de los novios decida que el otro no es la persona adecuada para emprender la aventura del matrimonio.

Ciertamente, es algo bello que hoy los jóvenes puedan elegir casarse sobre la base de un amor recíproco. Pero la libertad del vínculo requiere una armonía consciente de la decisión, no solo un simple entendimiento de la atracción o del sentimiento, de un momento, de un tiempo breve… requiere un camino. El noviazgo, en otros términos, es el tiempo en el cual los dos están llamados a realizar un trabajo sobre el amor, un trabajo partícipe y compartido, que va en profundidad.

Si recordamos que «amor» quiere decir «sin muerte» (del latín A-moris), podemos descubrir que amar significa «desear la vida» para otros, ese amor que no sin dolor hace renacer, da esperanza, pone la gota dulce en el cotidiano caminar, el cual a veces no es tan fácil como lo imaginamos en la etapa del enamoramiento y el noviazgo. «El amor siempre da vida; por eso, el amor conyugal no se agota dentro de la pareja […]» (A.L, 2016, ap.165).

Dios, que es Amor, ha creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, es decir, personas convocadas al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Ese amor que conduce o debe conducir a dar un ‘sí’ para toda la vida; ese camino que lleva a la vida esponsal, fundada en un amor que permite compartir un futuro cercano, a través del matrimonio, con una persona desconocida hasta entonces, requiere de la vivencia de virtudes que brotan de un amor profundo: generosidad, perdón, alegría, sinceridad, lealtad, fidelidad, entre muchas otras más, todas ellas maravillosamente ilustradas en el «himno al amor» (1 Cor. 13,4-7).

Cada uno de nosotros está llamado al encuentro con ‘el otro’ desde lo más profundo de su ser y realizamos esta convocatoria a través del matrimonio o la vida célibe, dos vocaciones preciosas. Es pues el matrimonio una vocación a la comunión. Por medio de esta vivencia comprenderemos la vida conyugal desde su naturaleza y no desde sus meras manifestaciones externas o pasajeras, las cuales también deben dar razón de esta, así quedará a la luz aquella definición de familia que diera SS. Juan Pablo II: «La familia es la escuela de humanidad más completa y más rica».