En el mes de la mujer

mujer con hojas

Autor: P. Saturnino García Capellán del Centro UTPL Quito el Lun, 04/04/2022 - 11:42

En una época en la que la figura de la mujer está tan de actualidad, es difícil manifestar algo que no esté ya dicho en más de una ocasión. Como suele ser habitual en estos casos se aplica la ley del péndulo: pasamos de unas posturas a las opuestas con suma facilidad. Hay un hecho innegable, que la mujer a lo largo de la historia ha sido relegada a papeles secundarios en la actividad social y política de los pueblos, aunque siempre han habido figuras individuales de gran relieve en estos ámbitos; baste destacar personalidades como la dos veces premio nobel Marie Curie, reinas como Isabel la Católica, la Reina Victoria, Isabel II de Inglaterra, Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena, Madre Teresa de Calcuta, Edith Stein y tantas otras mujeres que han marcado su época.

Si nos remontamos al Génesis, “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo. Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó” (Gn.1, 26-27). Es decir, de igual dignidad y con igual finalidad. Luego con el transcurso del tiempo hemos ido creando las diferencias entre ellos, basados en cosas no esenciales, que han hecho que el varón adquiriese una primacía que no le correspondía. En la actualidad estamos recuperando poco a poco la igual dignidad que Dios nos dio.

A mi modesto parecer es conveniente que para tratar las relaciones entre hombres y mujeres vayamos al concepto de persona. En el pensamiento cristiano, el hombre y la mujer tienen una misma dignidad que les viene de este concepto; a los dos hay que definirlos, siguiendo el modelo de Fernando Rielo, como espíritus sicosomatizados, y ya que el espíritu es lo que nos otorga nuestra dignidad de persona, debemos decir que la persona humana es espiritual.

Qué duda cabe que en lo corporal existen grandes diferencias entre uno y otro género, así como también hay diferencias en lo sicológico, pero en lo espiritual que es donde radica nuestra imagen y semejanza con Dios, no hay ninguna diferencia. Somos personas humanas, con una herencia común que nos hace ser hijos e hijas de Dios y esa es nuestra mayor dignidad y lo que nos define como humanos.

Si en vez de estar sacando a relucir nuestras diferencias físicas y sicológicas, que por otra parte enriquecen sustancialmente nuestra misma humanidad, nos centramos en nuestra persona, veremos que las pequeñas diferencias que existen entre nosotros son causa de riqueza para nuestra convivencia al aportar elementos que nos complementan a los unos con los otros. Deberíamos hablar de personas humanas, con distintas aptitudes y capacidades, pero con una misma finalidad: ser concreadores con Dios de nuestro mundo. Trabajar juntos, con igual dignidad, por hacer un mundo mejor y al mismo tiempo desarrollar nuestras capacidades, sin límites por nuestra condición de hombres o mujeres.

No todos tenemos que hacer las mismas cosas necesariamente, como es evidente a lo largo de la historia, pero sí que tenemos que buscar el posibilitar que no haya discriminación por ninguna causa, sino el aceptar, sin prejuicios de ningún tipo, los dones con los que todos, hombres y mujeres, hemos sido dotados por nuestro Creador. Vernos como iguales en las diferencias, es enriquecer nuestra vida humana con infinitas posibilidades. Sin duda alguna que hay mucho camino que recorrer, pero sería de mucha ayuda que nos mentalicemos en que la persona humana, hombre y mujer, es el elemento esencial. Reconocer nuestras diferencias sin ponerles adjetivos de ningún tipo, nos llevará a valorar lo único de cada individuo, aquello que le pertenece a él o ella y a nadie más, y sin lo que el mundo no sería lo que es.

Las mujeres no deben dejar de luchar por sus derechos y los hombres debemos dar espacio a nuestras compañeras en este viaje maravilloso que es la vida, sin imponer trabas de ninguna clase a su desarrollo. Iguales en dignidad nos hizo Dios, no pongamos diferencias artificiales nosotros.

Referencias:

  • Rielo Pardal, F. (2013). Una visión mística de la Antropología. Madrid, España, Fundación Fernando Rielo.