La ilógica lógica del amor, desde el Asteroide B 612
Autor: Zoila Isabel Loyola Román ziloyola@utpl.edu.ec el Lun, 04/04/2022 - 11:29
Cuando queremos encontrar la lógica del amor descubrimos sorprendidos que el amor, el verdadero amor, es lo más ilógico que existe.
… El Principito había llorado porque estaba muy triste: quería jugar; pero el zorro todavía no estaba domesticado, y por eso no sabía jugar… Domesticar significa "crear lazos…". Y creamos esos lazos cuando aprendemos a ser libres y nos ponemos en camino, en búsqueda y al encuentro de los otros para amarlos.
-“Si quieres un amigo, domestícame”.
Y el Principito domesticó al zorro, porque sabía que necesitaba de las demás personas para llegar a ser una persona.
“Crear lazos...” o amar nos hace desear el bien y la compañía del otro, el amor surge así, de repente, ¡espontáneo!, sin tasa y sin medida, necesita ser cuidado con unción para crecer, al amor hay que conquistarlo y reconquistarlo, día tras día, todos los días. El amor es esa virtud que ilumina toda nuestra vida dándole dirección, sentido, razón de ser. Es un modo de ir hacia la perfección. Y solo se empieza a ser perfectos saliendo de la esclavitud para caminar hacia la luz que es la libertad; es decir, caminar hacia el amor. Porque es el amor es el que nos impele a lograr lo mejor de nosotros mismos.
Cuando “se crean lazos…”, cuando se ama, hay muchas razones por qué vivir. Por eso el zorro quiere ser domesticado y le explica al Principito que solo se conoce y se ama lo que se domestica.
Amamos a ese hombre o a esa mujer como el Principito ama a su Rosa, cuando como él podemos decir: "Mi flor está allí, en alguna parte…" ¡Pero si el cordero se la come, es como si de pronto todas las estrellas del universo se apagaran!
Amamos a nuestros hijos porque hemos retaceado nuestra vida para, con inmensa alegría, dársela a raudales.
Nuestros amigos nos aman y nosotros los amamos porque hemos “creado lazos…”, “gastando” nuestro tiempo para ellos. Y hasta podría hacerse el milagro de amarnos con nuestros enemigos si hemos aprendido a perdonarnos.
El amor a una rosa engreída, un amor con espinas, un amor tan maravilloso y doloroso a la vez… que “había germinado un día, de un grano venido de no se sabe dónde”, un amor al que el Principito no solo le había dado lo mejor, sino que le había dado todo.
Cuidar de su asteroide, limpiar tres diminutos volcanes y que los baobabs no invadan el planeta es su hacer diario para evitar el colapso de su pequeño mundo. Por esto el Principito es una historia que me responsabiliza no solo por lo que he domesticado, sino también por este planeta que he heredado, para la construcción de una Nueva Tierra con una humanidad solidaria, con el compromiso de vivir en la búsqueda incansable de la verdad, de la libertad, de la justicia y de la bondad; es decir, la construcción de la gran “Ciudad del Amor”.
El pequeño Principito me ha mostrado varios aspectos del ser humano: la inocencia y con ella el valor de lo simple y lo puro, lo que es la vanidad, el delirio de grandeza, la egolatría y algo mucho, mucho más importante: el Principito me enseñó lo que es el amor, ¡el amor del bueno!, ese amor sin límites que es fiel, que es compasivo y servicial, que no es egoísta, que todo lo perdona, que todo lo cree, que no toma en cuenta el mal, que no es envidioso y que nunca termina.
¡Porque el amor todo lo puede!, y seguro que lo logramos, si ponemos al amor como fundamento de una nueva antropología y de una nueva civilización.