Maternidad espiritual
Autor: Silvia González, Misionera Idente. el Lun, 04/04/2022 - 09:26
Al respecto de este tema, no me veo en capacidad de esclarecerlo, solo compartiré mi testimonio, como misionera consagrada en celibato a la expansión del Reino de nuestro Padre Celestial.
Por experiencia, puedo decir que la consagración celibial no es rechazo a la vida matrimonial ni al hecho de ser madre desde el punto de vista biológico, los consagrados soñábamos con la vida familiar, amábamos la idea de convertirnos en padres y madres de familia, sin embargo, renunciamos a este anhelo, por amor a nuestro Padre Celeste, siguiendo los pasos de nuestro hermano primogénito, y confiando en la guía del Espíritu Santo; aceptamos su invitación a dedicarnos a todos nuestros hermanos, aquellos a los que la Providencia nos otorgara y en el sitio que fuere, desde una profesión o un convento o monasterio, para que independientemente de su rostro físico, distinguiéramos el rostro vivo y necesitado de Jesucristo y dedicáramos todas nuestras fuerzas e ilusión a la construcción de su Reino; por medio de nuestra propia conversión, invitar a otros convertirse hacia Él; anunciar su Evangelio, ser testimonio de que es posible amarnos unos a otros como Él nos amó, y viendo a los demás como auténticos hijos, a quienes cuidar y consolar.
Modelo de maternidad espiritual es María, quien siendo esposa y madre, también fue madre espiritual de una multitud de hijos, a quienes en su paso por este mundo y en el transcurso de los tiempos, ha consolado, cuidado, impulsando una y otra vez, sentimos su mano, ayudándonos y haciéndose presente con su ejemplo de ternura y esperanza.
La maternidad espiritual es para mí libertad de amar a todas las personas, por el hecho de ser hijos de Dios, y por consecuencia nuestros hermanos, y no siendo un amor circunscrito a alguien en particular, antes bien, apertura para amar en hechos concretos a todos los que nos rodean: contestar el teléfono, estudiar, leer, compartir el tiempo con los demás, elaborar informes, preparar o impartir clases, organizar proyectos o rezar se convierten en actos de amor, porque lo hacemos para el bien de nuestros hermanos, pues no hay amor más grande que dar la vida por los amigos, y dar la vida es, dedicarles nuestro tiempo a nuestros hijos.