El amor de una madre no entiende de imposibles…
Autor: Ph.D. Katherine Zambrano / Esposa, mamá, Docente de Matrimonio y Familia - UTPL el Mié, 03/05/2023 - 10:12
Entre los dones y tareas propias de la mujer, destaca de manera especial su vocación hacia la maternidad. Dios confía a los esposos, y especialmente a las mujeres, la vida humana, lo más grande que ha salido de sus manos. Ser madre es dar la vida desde el momento mismo de la concepción. Durante las molestias del embarazo o los dolores del parto, la madre está dando la vida por su hijo y en ese acto de dar la vida no hay vacaciones, ni jubilación.
Además, la mujer está destinada a ser madre no sólo corporal, sino también espiritual, con todos aquellos que le han sido encomendados en la familia o en la profesión.
La maternidad: un claro reflejo del amor de Dios
El capítulo 5 del famoso libro “Kempis” se titula “El maravilloso afecto del amor divino”, y siempre me ha llamado mucho la atención por las características que describe. Son los efectos del amor divino, y con su lectura, viene a mi mente el amor entregado de las madres.
El amor es una cosa grandiosa, y verdaderamente grande; hace que todo lo pesado sea ligero, y lleva con igualdad todo lo desigual. Pues lleva la carga sin carga, y hace dulce y sabroso todo lo amargo. El noble amor de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y nos mueve a desear siempre lo más perfecto. […] Quien ama, vuela, corre y se alegra, es libre […]. El amor no siente la carga, no considera los esfuerzos, se anima a hacer lo que es imposible, porque cree que todo es posible y conveniente. Puede con todo, y muchas cosas […] Si alguien ama, sabe lo que esto significa.
El mismo Dios, que en la Sagrada Escritura quiere darnos a entender cuánto nos ama, toma un símil de la madre: “¿Puede la mujer olvidarse de su niño, sin que tenga compasión del hijo de sus entrañas? Pero aun cuando ella pudiese olvidarle, Yo nunca podré olvidarme de ti” (Ex. 20, 2, 12), dice el Señor.
Nuestra maternidad está llamada a ser un claro reflejo del amor de Dios. Hemos de inspirarnos en la Paternidad Divina; hemos de contemplar el Corazón del Padre Dios. Hemos de aprender de Él a tener sus mismas actitudes, amando sin esperar nada a cambio.
Para el amor materno no hay imposibles
Una madre se caracteriza por un generoso testimonio diario de amor y de servicio a todos los que entran en el radio de su acción. Su labor es discreta, tan discreta que la mayor parte de las veces pasa inadvertida.
En la actualidad, el rol de una madre puede tener muchas facetas: ser esposa, su labor como educadora y formadora de sus hijos, su capacidad de asumir diferentes encargos tanto en la familia como en la sociedad, etc.
¿Qué es ser una verdadera madre? Una madre es una mujer que deja tras de sí un suplemento de amor. Allí por donde va pasando, por donde se mueve, por donde se desarrolla su actividad va dejando una carga de amor, es decir, de entrega y de servicio. Por muchas cosas que ella lleve entre manos, siempre tiene tiempo para remediar cualquier necesidad y escuchar con tranquilidad a quien lo necesita. Por muy cansada que esté, siempre le queda ánimo para acudir donde haga falta. Está acostumbrada a que muchas veces sus planes personales pasen con naturalidad a segundo plano, pero sin perder la alegría, el buen humor, la serenidad o la confianza.
Con su humildad y sencillez, suscita el arrepentimiento y los deseos de mejorar en quienes la rodean. Pero también es realista y se conoce a sí misma, conoce su pequeñez e impotencia, su fragilidad, sus imperfecciones, su inconstancia en el bien y en el esfuerzo, y se ha preguntado a sí misma cómo conciliar esas dos realidades: por una parte, su fragilidad y, por otra parte, todo el bien que está llamada a realizar.
A todas nos gustaría llegar a la plenitud de nuestra vida, llegar a ser aquello para lo que Dios nos ha creado y poder devolverle nuestros talentos multiplicados al cien por cien. Podemos hacernos una pregunta: ¿cómo es una mujer, una madre según el plan de Dios? La respuesta es clara: María es nuestro modelo. La Iglesia ve en María la máxima expresión del “genio femenino” y encuentra en ella una fuente de continua inspiración (Juan Pablo II, Carta a las mujeres, n. 10, 1995).
¡Queridísimas madres (de sangre y/o espirituales), gracias, gracias, mil gracias!
Recuerda siempre que: “Cuando Dios tiene su altar en el corazón de la madre, toda la casa es su templo”. Gertrud von Le Fort.