María, modelo de maternidad

Autor: Juan Ribadeneira T. el Vie, 11/03/2022 - 15:42

Sin duda, la santísima Virgen María es modelo vivo y activo de los rasgos de amor, paciencia, sacrificio, perseverancia… en fin, de toda aquella luz virtuosa que emana de las madres todas. En ellas, el Fiat de María se hace un sí constante, imperturbable ante las dificultades del hogar y también alentador y promotor de todos los crecimientos y dichas que el hogar atesora. Pero hay algo, no siempre visible para los ojos acostumbrados a sólo ver sin detenerse a contemplar lo secreto y profundo que se esconde en cada corazón materno: la fuerza orante de ese mismo corazón. ¿Podemos contabilizar los cuantiosos tropiezos de los que nos han librado las silenciosas oraciónes de nuestras madres?... Sería tarea imposible. Y ese quizá sea el más cercano de los lazos que une el corazón de María con el de toda madre: el orar, para amar y entender más a aquel a quien se ama… Sí… y todo comenzó con ese Fiat, ese hágase fecundo y redentor.

La pregunta constante que los hombres se hacían acerca de Dios y del sentido de su actuación para con nosotros, empieza a encontrar respuesta en la propia contestación que la joven María da al ángel quien la visita en su casita de Nazaret: “Soy la esclava del Señor, que se haga en mí su palabra…” En esta disposición absoluta de su vida, la redención deja de ser enigma e indefinición histórica, tan presentes en las proyecciones y anhelos mesiánicos con que el pueblo de Israel pensaba y vivía sus esperanzas. En esa pacífica disponibilidad de María adolescente que reconocemos, junto a la tradición, como la característica mayor del Fiat mariano, se gesta no sólo la persona humana del Salvador sino el futuro de toda la obra purificadora de Dios en nosotros.

En María se abrirá lo que ha de ser la característica permanente de su vivir junto al Hijo: el “guardarlo y contemplarlo todo en su corazón” (Lc 2; 19) Pero esta es una gracia bella y terrible: María no sólo que da cabida al Hijo en los límites de nuestra sangre, sino que como natural consecuencia de ello, ha de ser quien gesta ese incontenible deseo de indagar, de contemplar, de reconocer y recibir –en el silencio de un corazón despojado de sí- los “bienes preciosos” que el misterio redentor trae consigo, y lo hará en íntima unión y cooperación con ese Dios que la posee abrumadoramente, la arranca del mundo y toma para sí, la consagra en perfecta oración y la lleva a un destino cuyo epílogo ya lo anunciaba el anciano Simeón en el templo: “En lo que respecta a ti, una espada te atravesará el corazón…” (Lc 2; 35). El corazón de María es, así, un corazón que contempla maravillado el despliegue del misterio redentor, mientras una espada se va hincando en él.

Desde ese instante el camino de María será el de seguir las huellas de su Hijo, en silencio, quietud, gozo, asombro y dolor, atravesando con esa apertura silenciosa de su contemplación, cada umbral por el que el misterio redentor se iba gradualmente manifestando y consumando: desde el anuncio del ángel, el nacimiento, la presentación en el templo, los primeros años de Nazaret, Egipto; el retorno, la revelación del Hijo en medio de los doctores, el bautismo en el Jordán, las bodas cananeas en las que la gloria empieza a brillar, las predicaciones del reino, los grandes signos de curación y misericordia, los duros debates con fariseos y herodianos… Betania, Lázaro y, lentamente, ese crecer de la sombra de la cruz sobre la vida de su hijo… Pero María no sólo que atraviesa uno a uno estos umbrales en dócil seguimiento; su índole virginal anuncia en cada umbral de la vida del Redentor, una alborada alegre, suave y silenciosa.

Cada umbral que María ha de atravesar junto a su hijo, es un abismo de fe que se abre a sus pies, es un estremecimiento de gozos y presagios que invaden su ser entero. Para María como para José, inspirados por Jesús, lo que contaba era permanecer en Dios y estar siempre dispuestos al bien de los demás, derramando bálsamo en sus heridas. Nadie los conoció iracundos o ásperos y amigos de la mentira; la fuerza del Espíritu Santo permanecía en ellos mientras movíanse entre los sencillos, con inadvertida inocencia.

A María le basta amar y ser amada por su hijo… lo demás, le sobra. Por ello, siempre la encontraremos en seguimiento de sus pasos, con un corazón desnudo y en la oscuridad de la fe, pero, para quien ama, esa oscuridad es luz y es gozo.

Felicidades a las madres en éste día y siempre, que su entrega generosa cotidiana se vea iluminada por el sí de María, madre del Redentor.