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La Familia, constructora de paz a través de la socialización
Autor: Dra. María Elvira Aguirre Burneo, PhD. Docente UTPL – Miembro Equipo Interdisciplinar ILFAM el Mié, 13/04/2022 - 16:58
La socialización en la familia es un elemento clave para todos sus miembros, en especial, para los padres. Las prácticas parentales y la relación con la conducta psicosocial de los hijos han sido consideradas tradicionalmente elementos clave al hablar de familia.
El proceso de socialización parental incluye la adquisición de habilidades y conductas de los hijos (Covarrubias y Solis, 2019). Por ende, las prácticas parentales, denominadas como estilos parentales, ayudan a conocer el comportamiento de los padres con sus hijos.
Así, el estilo democrático fomenta la comunicación de manera abierta al diálogo y la negociación de acuerdos frente a situaciones que se presentan en casa. El estilo permisivo o indulgente permite, además de una buena comunicación entre padres e hijos, el diálogo y el razonamiento ya que tratan a sus hijos como personas maduras y capaces de autoregularse, a pesar de que desarrollen conductas inadecuadas. Por su parte, el estilo autoritario se evidencia cuando los padres tienen bajos niveles de implicación con sus hijos y pocas o nulas muestras de afecto; generalmente muestran indiferencia, son muy estrictos en la aplicación de la disciplina y se comportan de forma inflexible ante las necesidades de sus hijos; la comunicación es escasa y unidireccional (Musitu y García, 2004).
Estas experiencias de socialización se desarrollan a lo largo de la vida y, a su vez, permiten aprender las pautas culturales de la sociedad en la que se vive. La socialización es la base de la personalidad, es decir, de las formas de pensar, sentir y actuar. La personalidad se va construyendo gracias al entorno social que rodea a la persona: el ser parte de un grupo humano, participar de las interacciones familiares y asimilar la cultura garantizará que la transmisión cultural sea parte de la socialización.
Existen varios conceptos de socializacion que están unidos al desarrollo personal ya que esta tiene una relación directa con las dimensiones de la persona. Una dimensión horizontal, de compromiso con los otros y con la sociedad; y otra vertical que considera el desarrollo integral de toda la persona como unidad biológica, psíquica y social que busca encontrar sentido a lo que hace, tanto en las pequeñas cosas como en las grandes, así como a su propia vida. Por ello entendemos que el proceso educativo que nace desde la familia deberá considerar a la persona como el centro del desarrollo familiar (Dossil, 2018).
Se entiende que dentro de las familias existen interacciones que hacen que sus dinámicas sean diferentes. A esto se denomina el clima familiar, considerado un elemento clave en la socialización de sus miembros. Lo constituyen un conjunto de factores ambientales que configuran el grado de confort emocional. Es la suma de aportaciones personales de cada miembro de la familia y está definido por conductas de apoyo, afectividad y razonamiento. A decir de Cruz (2013), el clima social familiar afecta de forma directa a la madurez social de los niños. La conflictividad perjudica el coeficiente social, mientras que las relaciones saludables en el clima social familiar favorecen el incremento de la edad social y del coeficiente social.
Un clima familiar positivo hace referencia a un ambiente fundamentado en la cohesión afectiva entre padres e hijos, al apoyo, la confianza y la comunicación familiar abierta y empática. Se ha constatado que estas dimensiones potencian el ajuste conductual y psicológico de los hijos. Lo más importante del clima familiar es que de él depende la convivencia familiar que promueve un adecuado desarrollo psicológico, académico, emocional y de comportamiento de sus miembros (Aguirre-Burneo, 2012).
Tal como se presentó en el informe Unesco – Delors, aprender a vivir juntos implica convivir con otras personas, por lo tanto, es una de las principales tareas de la educación contemporánea, con una doble misión: enseñar el descubrimiento del otro y contribuir a una toma de conciencia de las semejanzas, tareas que deben ejercitarse desde la primera infancia. Es decir, la construcción de la paz y no violencia deberá ser concebida desde todos los niveles de la sociedad, iniciando desde la familia.
Bibliografía:
- Aguirre-Burneo, M. (2012). La influencia de la familia sobre el clima escolar: propuesta de un modelo causal ajustado a instituciones educativas de quinto año de educación básica de Ecuador. Tesis doctoral.
- Cruz, M. (2013). Incidencia de los factores psicológicos en las conductas impulsivas en los adolescentes de 12 a 17 años. Universidad de Guayaquil. Ecuador. Recuperado de http://repositorio.ug.edu.ec/bitstream/redug/6561/1/Tesis%20de%20Grado_Maura%20Haydee%20Cruz%20Wellington_5toclinica.pdf
- Dosil-Maceira, A. (2018). La función educadora de la familia. RELAdEI, 7.2–3. ISSN. 2255-0666
- Covarrubias, Z. y Solis, G. (2019). Estilo de socialización parental y conducta violenta en adolescentes de preparatoria en Montemorelos, Nuevo León. Psico Sophia, 1 (1), 39- 47. Recuperado de http://psicosophia.um.edu.mx/ojs/index.php/psicosophia/article/view/8/6
- Musitu, G. y García, J. (2004). Consecuencias de la socialización familiar en la cultura española. Psicothema, 16, 297-302.