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Conectados hacia fuera… ¿Estamos conectados con la familia?
El amor es el motor de la historia, de la familia, de la sociedad, de la ciencia, de la educación y, en general, de toda creatividad humana.
P. Jesús Fernández Hernández
Conexión, vínculo y comunicación son palabras que nos invitan a sentir cercanía y encuentro con los demás pues la vida de las personas se configura en una red de subjetividades e intersubjetividades que se teje con afectos, pensamientos y acciones del día a día. Esta interacción se produce bajo la influencia de un contexto externo, es decir, “la familia es un ecosistema interdependiente de su contexto físico y biológico y de su entorno sociocultural, se encuentran conectados y se influyen mutuamente” (Iturrieta, 2011).
Sin embargo, a veces no somos conscientes de la construcción de este tejido que nos sostiene y marca la personalidad de niños, adolescentes y adultos. La familia constituye la base desde donde se inicia esta tarea y, por eso, nos preguntamos si estamos conectados ella pues ocupar un espacio físico en común y permanecer 24 horas juntos no es garantía de la relación que necesitamos para sentirnos acogidos, aceptados, amados, y sobre todo, para desarrollarnos de forma armónica a pesar de que las condiciones externas no sean las más favorables, en algunas ocasiones.
Un aspecto esencial para esta vinculación es desarrollar una interiorización profunda que nos permita reconocer-nos, con todas nuestras características, de la manera más transparente y sencilla, ya que no será posible establecer relaciones con las demás personas si no existe inicialmente un conocimiento personal, si damos paso indiscriminado al ruido, desequilibrio, malestar, recuerdos nocivos, miedos desconocidos y una serie de aspectos que limitan nuestra capacidades individuales y sociales.
Quizá este ruido interno nos ha llevado a buscar solventar nuestro vacío interior con elementos de fuera, con miles de mensajes, redes sociales, fuentes de información que consumimos sin discriminación alguna, sin “clasificar” aquello que nos aporta de aquello que solo incrementa el miedo, la exclusión, la poca confianza y la falta de visión en cuanto a la realidad trascendente de la persona y su relación primera: con su Creador.
Cuando las cosas ocupen su lugar y surja un orden se abrirá la posibilidad de conectarnos realmente con nuestra familia. Se trata de abrir el corazón y la mente para escuchar y comprender las necesidades, sentimientos, deseos, opiniones de cada miembro y, juntos, crear nuevas formas de comunicación y de interacción para proyectarnos hacia una convivencia social que requiere aceptación y respeto a la dignidad humana.
El acceso a la información crea redes a lo largo y ancho del planeta, pero ¿cuál es el objetivo común de esta conexión, si con la persona que se encuentra a un metro de distancia no logramos comunicarnos? Muchas veces la ignoramos y convertimos las relaciones en contratos efímeros, sin sentido ni trascendencia. De ahí la necesidad de resignificar la comunicación como un proceso que nos acerque y nos invite a aprender, reaprender y crear desde el espacio familiar. Asumir a la familia como el nido en el cual permanecemos y al cual regresamos en las diferentes etapas de la vida.
Con todo ello, el hogar y las redes familiares se constituyen en nuestro entorno social como un colchón contra la adversidad, un cobijo ante la desventura y un asilo en caso de percance vital. La familia opera como un ámbito privilegiado de protección, solidaridad, desarrollo y cohesión. Ante cualquier coyuntura de crisis (desempleo, enfermedad, etc.) se activan los lazos de solidaridad y de amparo familiares y se ponen en marcha los mecanismos de apoyo (Flaquer, 1995).
Pero no basta con reconocer la importancia de la comunicación. Es necesario pasar a la acción, realizar actividades que poco a poco fortalezcan la relación consigo mismo y con los demás, para lo cual las acciones mencionadas a continuación pueden aportar significativamente:
Recordemos siempre que pensar en la familia es pensar en el bien de la sociedad, en su crecimiento, en su mejora y en su progreso. El hombre le debe mucho a la institución familiar natural que, desde que la historia tiene memoria, existe y seguirá existiendo (Arteaga, 2010). Pensar en la familia también es cuidar de ella, brindarle atención, tiempo, dedicación, esfuerzo y sacrificio. Estas serán las vitaminas para consolidarla a lo largo del tiempo pues la familia es nuestro mayor legado y el lugar en el que somos acogidos y amados por lo que somos. Es nuestro mayor refugio.
Referencias:
- Artega, J. D. (2010). El valor de la familia. Programas y Proyectos Kolping, 10.
- Flaquer, L. (1995). Universdad Autónoma de Barcelona. Recuperado el 10 de Mayo de 2020 de esearchgate.net/profile/Lluis_Flaquer/publication/270684327_Las_funciones_sociales_de_la_familia/links/54b25dba0cf220c63cd14146/Las-funciones-sociales-de-la-familia.pdf
- Iturritia, S. (2011). Perspectivas teóricas de la familia. Valparaiso: Universidad Católica del Norte. p.47
Autor:Mgtr. Paola Villarroel D - Docente de la Sección Departamental de Psicopedagogía – UTPL